EN MEMORIA DE RUBEN ESPINOSA: a dos años de su muerte su nombre es más que una estadística

Pablo Pérez, corresponsal de HispanoPost, pregunta a Jan Hootsen del Comité de Protección de Periodistas sobre el peligro que corren sus colegas en la prensa dentro del estado Veracruz en el golfo de la República Mexicana. La foto fue tomada hace un año, 31 de julio de 2016, frente la Procuraduría General de Justicia de Ciudad de México en el primer aniversario de los asesinatos del fotoperiodista Rubén Espinoza y la activista Nadia Vera, quienes fueron torturados y ejecutados dentro de su apartamento junto con tres otros personas, en una de los ataques contra la prensa libre mexicana más atroz de la historia moderna del país.

Después de numerosos amenazas en Veracruz, Espinoza se fugó a la capital Ciudad de México tan rápido que olvidó llevar a su querido perro Cosmos. Sin embargo, la distancia y velocidad en que el fotoperiodista huía no fue suficiente para quienes rastreaban a Espinoza, y en el primer aniversario de su muerte, hace un año hoy, las manifestantes frente a la Procuraduría General de Justicia no tenían ninguna duda de quien fue el culpable de su asesinato. Pérez y una docena más de periodistas grabaron la protesta, mientras que grafiteros utilizando mascaras para esconder sus identidades pintaron por la puerta principal del edificio gubernamental:
“LA EJECUCIÓN DE LA NARVARTE FUE CRIMEN DE ESTADO”

“En nuestro registro de documentación, 47% de los agresiones [contra periodistas] viene por parte del estado” me dijo Gabriel Soto, ex Director del Programa de Protección y Seguridad de Artículo 19, la organización que defiende la libertad de expresión y apoyaba Espinoza y docenas más de periodistas huyendo de la violencia de los estados hacia la seguridad relativa de la capital. Dentro de las oficinas de Artículo 19, hay una sensación que el organización está bajo asedio con tantos ataques contra periodistas en el país, pero mientras tanto, una curiosa Scottish Terrier de patas mullidas llamada Hebe patrulla los salones de la organización, aligerando el ambiente para los defensores de derechos humanos que hacen el difícil trabajo de documentar ese violencia contra miembros de la prensa.

“Tenemos una fiscalía para investigar delitos contra la libertad de expresión,¨ continuó Gabriel Soto, “tenemos por otro lado una comisión de derechos humanos que tiene una programa de agravios de atención a periodistas, tenemos otra lado un mecanismo de protección de periodistas … si existen todo estés mecanismos es porque el estado institucionalmente admite que los periodistas están siendo atacados, pero por otra lado cuando atacan a un periodista, el estado nunca admite que fue por su labor.”

Mas de mil kilómetros al sur de la capital, en la ciudad de Mérida, Antonio Salgado Borge escribía en el Diario de Yucatán, después de númerosas agresiones contra sus colegas, que los periodistas mexicanos se están organizando para defenderse, indicando: “Ahora bien, en este punto surge la pregunta obligada: ‘¿Defenderse de quién?’. Y la respuesta tendría que ser tan dura como realista: defenderse, en primer lugar, del Estado. Los periodistas mexicanos son plenamente conscientes que el mayor número de amenazas proviene de los distintos niveles de gobiernos.” Al otro lado de la península Yucatán en el estado de Quintana Roo, la capital turística de México, el redactor-en-jefe de este mismo portal de noticias Pedro Canché resonó los sentimientos de Gabriel Soto y Antonio Borge en el papel que juega el gobierno en la violencia contra la prensa independiente.

Canché mismo fue encarcelado por su trabajo periodística por el exgobernador de Quintana Roo Roberto Borge por 9 meses, e hizo amistad con Rubén Espinoza cuando vivía en exilio en la capital después de salir de la cárcel por cargos fabricados. El periodista maya me dijo sobre su colega fallecido: “Rubén era un activista de todos los periodistas asesinados, pero nunca pensó que se convertiría en uno. El me decía: ‘No quiero ser el número 13, no quiero ser el número 13′, por eso escapó de Veracruz y ese gran cementerio de Duarte.¨—Javier Duarte, ex gobernador de Veracruz, actualmente preso por enriquecimiento ilícito, y para muchos mexicanos el primer sospecho en la muerte de Rubén Espinoza, el periodista decimotercero de perder su vida durante el administración del mismo ex gobernador veracruzano.

De vuelta a la capital de México, y el corresponsal del Comité de Protección de Periodistas Jan-Albert Hootsen sigue sus días documentando y visibilizando la violencia contra sus colegas mexicanos, muchos, como Pedro Canché, que él conoce personalmente. El trabajo es duro y largo, solo interrumpido por una pandilla de 6 curiosos gatos, liderado por el capo felino con apodo Asimov, que patrullan el apartamento del corresponsal Holandés con talones listos. No obstante las ¨rascauñas¨ de sus gatos, hay momentos cuando ese trabajo duele mucho por el Holandés, como el 15 de Mayo, 2017, un lunes, cuando recibió noticias que Javier Valdez, autor de Narcoperiodismo y recipiente del 2011 Press Freedom Award del Committee de Protección de Periodistas, fue asesinado por 12 disparos en la calle por pleno día en el estado norteña de Sinaloa.

El día antes del asesinato de Javier Valdez, era el domingo cuando 7 periodistas–incluyendo otro amigo de Hootsen, Pablo Pérez de HispanoPost–fueron secuestrados en las colinas cerca de Iguala, Guerrero, el pueblo donde 43 estudiantes de Ayotzinapa fueron desaparecidos por policía municipales en el escándalo más grande aún de la administración del Presidente Peña Nieto. El secuestro de ese grupo de periodistas solo duraba unas horas, y a pesar de las agresiones, no fueron lastimados gravemente, pero sus pertenencias fueron robadas junto con uno de sus vehículos, y sin duda, el incidente les dejó con un sentimiento de perpetua inseguridad que hoy en día es la norma para reporteros mexicanos.

Pablo Pérez volvió a su hogar en la Ciudad de México, agitado por el incidente pero agradecido por seguir vivo para poder pasear con su perro Habas en el parque–el pasatiempo favorito también de su perro, un cachorro rescatado de la calle. Pérez, de la ciudad de Monterrey en el norte del país, quería ser periodista porque le gustaba acercarse a la gente y escuchar sus historias, y su periodismo toca temas delicados para la sociedad: feminicidios, corrupción, impunidad, y la violencia inundando México. Me dijo que el gobernador de su estado natal Nuevo León atacaba constantemente a la prensa, pero en la capital se siente seguro–a pesar de la matanza de Rubén Espinoza y Nadia Vera en el tranquilo barrio de Narvarte, no tan cerca ni tan lejos de su hogar, hace dos años, hace un año desde que él grababa la protesta frente la Procuraduría General de Justicia, y que él va a recordar hoy, 31 de Julio.

Pronto Perez, bioquímico de educación, periodista de profesión, tendrá que volver a provincia de nuevo para documentar la violencia que inunda México. El es uno más de los reporteros mexicanos que se ha convertido en corresponsal de guerra dentro de su propio país–el país más mortífero en el mundo para informar a su propio pueblo de lo que está aconteciendo. Él no es una estadística. Ni uno más tampoco. #NIUNOMAS

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