Historias de Gilberto en Cancún

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Julio César Cetina

Ese domingo 11 de septiembre llegué a la entonces pequeña Redacción del periódico Novedades de Quintana Roo, una sala de 40 metros cuadrados, donde empecé a trabajar seis meses atrás.
Después de toda la mañana en la calle, regresé con dos notas. Me faltaba una para cubrir la cuota del día.

Con menos de 30 años, Silvia Rojas, la reportera más experimentada que estaba a cargo de los demás los domingos, me ordenó:
“Llama a radio Costera de Cozumel y que te den el pronóstico de mañana”.
Me dio el número telefónico y llamé a lo que, según el reportero novato y aprendiz que estaba en mi, era una radiodifusora.
Tiempo después supe que radio Costera era una estación meteorológica.
Del otro lado de la línea, el oficial de guardia me dio la nota:
“En 72 horas el huracán Gilberto tocará tierra en Quintana Roo”.

La única referencia sobre un fenómeno de ese tipo la tenía de las historias que contaba mi madre del huracán “Janeth”, que destruyó Chetumal en 1955.
La casa voladora, la tabla que se incrusta en un poste de electricidad y el mar abalanzándose sobre Chetumal venían a mi imaginación mientras redactaba el anuncio de que “Gilberto” se acercaba a tierras quintanarroenses.
Mi nota se publicó a tres columnas en la parte superior derecha de la edición del lunes 12: El huracán “Gilberto” tocará Quintana Roo en 72 horas”, decía el título.
La zona norte de Quintana Roo había sufrido los embates de otros huracanes poderosos, pero nunca con una concentración poblacional como la que ya había por el acelerado crecimiento de Cancún.

El gobernador Miguel Borge Martín y el alcalde José González Zapata (qepd) empezaron a organizar lo que tenían que organizar.
En la Plaza de la Reforma había intensa actividad. Camiones de redilas eran cargados con diversos materiales que eran llevados a los improvisados refugios.
La noche del 13 de septiembre ya lloviznaba, no había viento, pero en el ambiente se respiraba miedo e incertidumbre.
Desde la tarde-noche de ese día los taxistas dejaron de prestar sus servicios y los que aceptaban pasaje aplicaban una tarifa mayor.
“Después de comer te regresas al periódico. Cuando empiecen los vientos saldremos a tomar fotos”, dijo el director.

Y allí estábamos, en la Redacción, haciendo guardia. A las 10 de la noche Justo May, el jefe de Información, ya había hecho la primera crónica describiendo los efectos que ocasionaban las primeras rachas.
A determinada hora, el director dijo: vámonos a dormir, es peligroso salir a las calles, con la luz del día se verán mejor las cosas.
Con lluvia, viento y sin transporte, el ofrecimiento cayó de perlas: ir a la casa del director a pasar la noche… durmiendo en un pasillo entre torres de periódicos y el intenso ulular del viento afuera.
Cuando amaneció y salimos a la calle, lo que vi fue indescriptible… en los noticieros de la televisión nacional Cancún había desaparecido, pero los cancunenses buscaban la manera de levantarse…
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