“El Presente aún no es Historia, nuestros Jeques Petroleros

//

Por Abraham Gorostieta

Hubo tiempos en los que Pemex era sinónimo de riqueza, de abundancia, de poder. Eran los tiempos de José López Portillo que con su sexenio abrió las puertas de la paraestatal a la corrupción y en donde los funcionarios gozaban de inmunidad, poder, impunidad. Nacieron grandes fortunas y en el gobierno, sinónimo del PRI, gobernó “la abundancia”.

Y para Pemex los sexenios significaron:
1976-1982 el dueño de la colina del perro, trajo a Pemex la corrupción y José López Portillo hizo millonarios a todos.

1982-1988, la grisura de Miguel de la Madrid y su afán por la “moralidad” llevó a Pemex a los políticos. Y todos se hicieron millonarios pero con discurso.

1988-1994, el maquiavelismo de Carlos Salinas le abrió las puertas de Pemex al gobierno y a sus partidas secretas. Y todos se hicieron multimillonarios en secreto.

1994-2000, Ernesto Zedillo y los años convulsos trajeron a Pemex al priismo y por lo tanto, de nuevo la corrupción. Y todos se hicieron millonarios, multimillonarios y los priistas disfrutaron del pemexgate.
2000-2006, la transición era increíble, Vicente Fox echaba al PRI de Los Pinos y trajo para Pemex la esperanza. Pero un sexenio bastó para que también trajera la desilusión. Y todos disfrutaron de lo poco que quedaba de Pemex, que aún así dio para hacer nuevas fortunas y nuevos millonarios.

2006-2012, Felipe Calderón trajo el caos a Pemex. Los tiempos del despilfarro y la bonanza habían terminado. Pemex estaba deshidratado y Calderón terminó por poner a Pemex bajo la mira de grupos guerrilleros. Y la violencia y el narcotráfico imperó en la paraestatal y el oro negro fue acaparado por un grupo, como lo retrato la periodista Ana Lilia Hernández.

2012-2018, Enrique Peña Nieto trajo a Pemex la impunidad. Sello de su sexenio. Eduardo Romero Dechamps, líder sindical de los petroleros se ha enriquecido hasta el punto en que su fortuna es ofensiva. Sus vástagos anuncian el hurto del padre sin pudor, saben que el dueño de “la casa blanca” no tiene la mínima autoridad ética o moral para hacer algo. Y todos incrementan sus fortunas, propiedades y opulencias. Y Peña Nieto decide abrir el negocio a las reglas del salvaje neoliberalismo.

*******

Era el convulso 2012. Enrique Peña Nieto recibía la banda presidencial a las 12 horas de la madrugada del 1 de septiembre. Las televisoras transmitían la ceremonia. Los mexicanos veíamos, éramos testigos de las nuevas formas de entrega de gobierno.
En la ceremonia estaban sentados en primera fila, la hoy independiente Margarita Zavala, Marcelo Ebrard, Miguel Ángel Mancera, Rosario Robles, José Antonio Meade, Miguel Ángel Osorio Chong, Manlio Fabio Beltrones. Todos los que hoy están en el ojo del huracán. También estaba la nueva generación del PRI, sentados en primera fila: César Duarte, Javier Duarte, Roberto Borge, exgobernadores que la corrupción y el enriquecimiento ilícito los devoro desde las entrañas, todos ellos, amigos de Enrique Peña Nieto.

En las calles, el candidato López Obrador pedía recuento de casillas, arengaba el fraude electoral. Preparaba sus maletas para marcharse del PRD para nunca regresar.
Un año después, el joven líder del PAN, Ricardo Anaya, promovía junto con Enrique Peña Nieto las reformas estructurales “que tanto necesitaba México y que tanto iban a ayudarlo”. Y así México aprobó en 2014 una profunda reforma energética que abrió el sector petrolero a la inversión privada local y extranjera.

Desde 2015 Pemex celebró ocho licitaciones en las que adjudicó poco más de 90 contratos. En 2017 fue el proceso de dos licitaciones más: una de áreas en aguas someras del Golfo de México y otra de campos terrestres.
El presidente Enrique Peña Nieto espera despedirse, en diciembre, con más de un centenar de contratos firmados.

*******

“Revisaré todos los contratos de Pemex firmados con decenas de firmas extranjeras y nacionales” ha dicho Andrés Manuel López Obrador, puntero inalcanzable del proceso electoral que nos inunda hasta la asfixia.
Como suele suceder, una oración del tabasqueño genera enconos, tragedias, ocurrencias, y nuevos valientes que se suben al ring político a intercambiar jabs y alguno que otro golpe abajo del cinturón con el oriundo de la Macuspana.

En este caso fue el hijo predilecto de Cozumel. Aquel que los isleños lo vieron como el político reformador y que lo hicieron gobernador. Con el que soñaron, sería presidente. Pedro Joaquín Codwell.
Los tiempos electorales imponen que cualquiera en el gabinete de Peña Nieto le eche una mano al que está sobre la lona. Meade no puede, no sirve, los golpes que tira se regresan y lo noquean. Está en el suelo y es por ello que el hijo de don Nassim Joaquín ha decidido hacerle frente al imparable Amlo. Secretario de Energía, Pedro Joaquín Codwell, revienta: “las subastas para adjudicar contratos o licencias para la exploración y explotación de hidrocarburos están sujetas a la política energética, no a los ciclos electorales ni a los vaivenes de la política”.

Experto en los golpes bajos –se crío en la escuela del PRI- Pedro sabe provocar al tabasqueño con el tema de las locuras y las ocurrencias. Con un pequeño -pero buen difusor- círculo de periodistas económicos soltó la idea de que sería «un gran disparate pretender echar abajo» esos convenidos porque anuncian inversiones de más de 150,000 millones de dólares durante su vigencia, costos que el Estado no puede asumir. Algunos periodistas incluidos en ese grupo cuentan que el secretario de Energía marcó en su rostro esa singular sonrisa que posee: “la reforma ‘es irreversible’ porque los contratos tienen vigencia de entre 25 y 30 años y las empresas que los han suscrito pueden ir a arbitrajes internacionales”, confesó.

*******

Desde hace un sexenio que los mexicanos vivimos sin Pemex. Sexenios enteros se dedicaron a vivir de él. Ya no. La economía mexicana, por muchos años creció fincada en el gran “boom” petrolero de los ochenta y luego ahí se sostuvo mientras duró Cantarell.
Los sexenios de priistas y panistas, los líderes sindicales, solo dos, Joaquín Hernández Galicia, “La Quina” y Romero Dechamps han llevado a la banca rota a una empresa que está quebrada. Una empresa que tiene compromisos laborales gigantescos. Cuando Pemex era sólida y poderosa, esos compromisos laborales eran enormes. Ahora se ahoga tan sólo en los compromisos de pensiones que en valor monetario, son más grandes que toda la empresa.

En 2017, con la caída del precio de petróleo, la paraestatal representa sólo el tres por ciento de la riqueza que México produce cada año. En 2015 fue del siete por ciento.
La empresa que hizo millonarios a gobernantes, caciques sindicales, presidentes, familias sexenales, que financió campañas electorales, esa empresa está en la quiebra. La empresa que rescató tantas veces a la Federación, necesita ser rescatada.
Salvo López Obrador, ningún otro político ha entrado en el tema, ni con ideas, ni con ocurrencias.

* Abraham Gorostieta es historiador y periodista. Colaborador de distintos medios nacionales.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Artículo Anterior

El buen manejo de las finanzas en Quintana Roo, lo ubica entre los primeros 6 del país

Próxima Artículo

Dejan amenaza contra prestamistas colombianos

Lo último de Economía